VOLVER A EMPEZAR
Hace unos días se celebró un juicio contra la Federación Estatal de Enseñanza de Comisiones Obreras. La demandante es Elena Fernández,
secretaria regional de esta Federación hasta que se la destituyó por
medio de una maniobra que no requirió dar explicación pública alguna.
Elena defiende sus derechos, especialmente el de su dignidad. La conozco
personalmente y doy fe de que, en éste como en otros sentidos, tiene
mucho que defender. Pero me siento especialmente involucrada no por una
cuestión de amistad, sino porque, si ella es uno de esos seres que te
inducen a recuperar la esperanza en el género humano y en el futuro
social, el golpe que ha recibido lo siento como un golpe también a esas
esperanzas.
Es también uno de tantos indicadores del fracaso de los sindicatos
en un momento, además, en el que tan necesarios resultan. Este tipo de
golpes dictatoriales en su funcionamiento, como su absoluta opacidad o
el papel bochornoso que han jugado en las Cajas de Ahorros (y no hablo
sólo de las tarjetas blak) han sumido a los sindicatos españoles
en el descrédito y les están dejando al margen de los movimientos
sociales que deberían abanderar.
No es de extrañar. Tras muchos años de honesta y denodada lucha en favor de los derechos de los trabajadores, los sindicatos perdieron los papeles. ¿Recuerdan la canción "Juan sin tierra" de Víctor Jara?. "Mi padre fue peón de hacienda y yo un revolucionario, mis hijos pusieron tienda y mi nieto es funcionario". Pues esa deriva han tenido los sindicatos. Pero han ido más allá,
hasta sus orígenes como el sindicalismo corporativista americano, que
abogaba por la consecución de mejoras laborales, pero sin cuestionar el
sistema político. Y aún más allá: en los años previos a la crisis
económica, estas mejoras laborales ya no eran ni siquiera para los
trabajadores en general sino para sus clientes en particular,
convirtiéndose en poco más que en bufetes de abogados y gabinetes de
negociadores laborales, mientras la deslocalización provocaba el
renacimiento de la esclavitud y un ejército de desempleados a mayor
gloria de la voracidad del capital transnacional.
No fueron capaces o no quisieron enterarse de la explosión de un
capitalismo planetario sin frenos que, desde la década de los 90, ha
provocado que el 70% de la población mundial sólo tenga el 3,3% de la
riqueza del planeta y una superélite del 0,6% acumule casi el 40%, y de
que la globalización -una máquina que, para funcionar, requiere
personas cada vez más pobres y más dóciles- se estaba convirtiendo en el
denominador común de todos los trabajadores, unidos a su pesar sea cual
sea su país y trabajen donde trabajen.
No fueron capaces o no quisieron enterarse de que los ecologistas no
eran enemigos sino, por el contrario, aliados, pues la crisis económica
va de la mano de la crisis ecológica, dado que tienen el mismo origen:
un modelo económico basado en el absurdo ideal del crecimiento sin
límites de la productividad y del consumo.
Si los capitalistas sólo miden el éxito económico en dinero, también los
sindicatos han medido de ese modo el éxito social y han seguido y
siguen poniendo los cinco sentidos en conseguir aumentos salariales, en
lugar de trabajo y calidad de vida para todos, entendida ésta no como
mayores ingresos económicos, sino como dignidad personal, cooperación
social y conservación de la Naturaleza. Hoy no se trata de ganar más,
sino de que todos ganemos lo suficiente; no se trata de no dar un paso
atrás, sino de que nadie se quede atrás; como no se trata de
demandar más o mayores industrias que consuman las materias primas y la
energía del planeta (y la de sus trabajadores), sino de fomentar otros
modelos, como la autoproducción. Sin embargo, los sindicatos no sólo no
se están enterando, sino que ¿cuántas veces han defendido industrias
contaminantes en pro de sus plantillas? Probablemente tantas como a empresarios corruptos;
y han alzado muchas veces su voz en contra de la desleal competencia
que supone para los trabajadores occidentales las condiciones inhumanas
de trabajo en los países periféricos, pero ninguna en favor de esos
trabajadores... ¡Es curioso que la globalización haya acabado con el internacionalismo!
Sí, los sindicatos han sido cómplices de este modelo económico
basado en el crecimiento que ha alimentado un capitalismo salvaje y
depredador, y están quedando al margen de la verdadera revolución
pendiente, que es la que lleve al crecimiento intelecutual, a la
solidaridad de los pueblos y a la felicidad personal. Porque, como dice
Ralston Saul, "hay que repensarlo todo. Hay que volver a empezar". ¿Serán los sindicatos capaces de repensarse y recomenzar? Sin personas como Elena Fernández, no.
Autora: Esther Bajo Álvarez
http://clubdecabales.blogspot.com.es/
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